Llovía en una calurosa tarde de marzo, la humedad, mezclada con un aire cálido desgataba la garganta de Pedro que fumaba el último cigarro de su cajetilla. Guardó el mechero que utilizó para encenderlo mientras la sensación de encontrarse en un mundo desvencijado se apoderaba de sus pensamientos. En días como estos solía subir por unos caminos desvaídos por el tiempo, daban la impresión de que esperaban a ser transitados, como si aquellos trechos polvorientos casi cubiertos por las hierbas y matorrales desearán volver a sentir las suelas que antes dejaban huellas mucho más profundas de lo que la gente cree.
Caminando cesó la lluvia. El polvo se convirtió en una dificultad para Pedro, se había transformado en barro pero nada le impediría avanzar hacia algo tan esencial e incomprensible como sus recuerdos.
Caminó esquivando algunas brechas que se formaron en la tierra donde podría caer perfectamente. Por fin alcanzó un llano en lo alto de la colina, se dispuso a buscar un sitio para sentarse. Era un sitio muy especial para él, un tronco caído en el que 2 nombres habían sido tallados a conciencia. El primer nombre era Judit la difunta pareja de Pedro. Murió de un ataque al corazón hacía 5 años y desde entonces Pedro no dejo de frecuentar este sitio con sus dos nombres tallados “Judit Y Pedro”. Siempre se sentaba en el lado derecho que le permitía mirar las iniciales y divagar por sus recuerdos. Comenzó a pensar, a darle vueltas a las cosas hasta marearlas. Reflexionó sobre todas sus pertenencias, todo lo que le pertenecía a él y que con el paso del tiempo desaparecieron.
Después de 50 años podría numerar cientos objetos que estuvieron en sus manos, tantos como personas pasaron por su vida. Uno a uno fueron cayendo como piezas de dominó impulsadas por una extraña fuerza que aun no llegaba a comprender. Estaba conforme con sus seres queridos y satisfecho de no tener más de lo necesario, motivo por el cual siempre se sintió orgulloso. Trato de impedir que la vida pudiera regalarle algo, orgulloso de buscar esos pequeños tesoros que el azar escondió a propósito en el sótano del esfuerzo. Esa fue una de las claves para encontrarse consigo mismo en un viaje de ida a la reminiscencia. Pocas cosas de todo lo que tenía le hacían feliz y las consideraba de sus pertenencias .Llego a la conclusión de que no era nada más que un conjunto de recuerdos y sentimientos. El era todo lo que poseía.
No se conformó con el hecho de pensar para evocar sentimientos que toda persona tiene cuando la nostalgia y la soledad yacen bajo el calor de un fuego lleno de añoranza, que recuerda su intenso calor. El cual fue perdiendo poco a poco. Apagado por las cenizas que un buen día formaron su vida.
Saco una hoja doblada del bolsillo, un poco arrugada y húmeda por la lluvia de horas pasadas que no llego a mojar del todo el papel porque Pedro, ávido metió su mano en el bolsillo cubriendo la hoja. Se dispuso a escribir después de meditar un rato. Comenzar siempre le resulto difícil, las primeras palabras eran decisivas para que su inspiración, sus ideas y sus sentimientos le permitiesen continuar con buen pie. Saco su bolígrafo negro de un bolsillo que tenía a la altura del pecho en su jersey y escribió lo siguiente:
Soltó el bolígrafo dejándolo caer al suelo, mientras suspiraba antes de recogerlo y guardarlo junto a la hoja que acababa de escribir.
El sol caía detrás del cielo, era el momento de regresar a casa. Bajo por el mismo camino que tomo para subir, con la ventaja de que el barro estaba más espeso, prácticamente seco. Tuvo por unos instantes la sensación de tener tomada la mano de Judit. No dejaba de ser una ilusión grotesca que no le permitiría dormir, la ignoró controlando sus sentimientos y continuo su camino.
Llego a su casa y buscó unos pinceles. Pinceles con los que dorar la luz.
¿Y tú? ¿Serás capaz de dorar la luz cuando oscurezca?